lunes, 14 de enero de 2008

Fue el mismo Amor y, sin embargo,
lo transitamos en distintos tiempos.

Yo llegué con este siglo, lo estrenaba
por el atardecer.
En los balcones de mi alma,
que daba a una azotea
y a estrechos callejones sin salida,
yo luchaba con la luz, recomponía
unos cuantos fragmentos del pasado,
y en este corazón paralizado
por el llanto, el asalto y por el hambre,
comprendí al fin lo lejos que quedaban
-abiertas ya las zanjas de los años-,
polvorientas postales, amarillas
manzanas, los almuerzos a las doce,
los pinares de mayo y en los puertos,
el miedo a regresar a las aldeas,
donde espera el futuro cobijado
entre los resignados tamarindos.
Recuerdo que vagué por esas calles,
bajo los edificios de madera
y sentí que aún no era tarde, que Tú, Señor,
pasarías a buscarme; entonces podía
imaginar tu sombra marinera
por la plaza devastada de mi templo…

…Y te esperé fundida en los mercados y más tarde,
por las calles de neblina y de basura,
con este caminar despreocupado
de quien se acostumbra a hacer frente al destierro.