lunes, 19 de mayo de 2008

Salmo 84(83)


¡Qué amables son tus moradas,
Señor del Universo!
Mi alma se consume de deseos
por los atrios del Señor;
mi corazón y mi carne gritan de alegría
hacia el Dios vivo.
Hasta el pajarillo encontró una casa,
y la golondrina tiene un nido
donde poner sus polluelos,
junto a tus altares, Señor del universo,
mi Rey y mi Dios.
¡Felices los que habitan en tu Casa
y te alaban sin cesar!
¡Felices los que encuentran su fuerza en ti,
al emprender la peregrinación!
Al pasar por el valle árido,
lo convierten en un oasis;
caen las primeras lluvias,
y lo cubren de bendiciones;
ellos avanzan con vigor siempre creciente
hasta contemplar a Dios en Sión.
Señor del universo, oye mi plegaria,
escucha, Dios de Jacob;
oh Dios, nuestro escudo mira,
pon tus ojos en el rostro de tu ungido.
Vale más un día en tus atrios
que mil en mis mansiones;
yo prefiero el umbral de la Casa de mi Dios
antes que vivir entre malvados.
Porque el Señor es sol y escudo;
el Señor da la gracia y la gloria,
y no niega sus bienes
a los que proceden con rectitud.
¡Señor del universo,
feliz el hombre que confía en ti!

Salmo 84(83)

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